El tiempo dirá quien quedó atrás (Alicante, Plaza de Toros, 15.06.2023)

 

“Watching the River Flow”. Los músicos alargan la introducción durante varios minutos, parecen buscar el sonido en el que como el río de la canción todo fluya. Dylan, invisible tras el piano de cola, canta por fin los primeros versos, pero la música tapa su voz, los hace inaudibles. What’s  the matter with me / I don’t have much to say. Es un buen comienzo, aunque en esa primera canción, solo en esa, no se le oiga bien. ¿Qué tiene que decirnos Bob Dylan a estas alturas, con ochenta y dos años, docenas de discos, cientos de canciones, miles de conciertos? Hay quien piensa que su época ya pasó, que verle subido a un escenario no tiene sentido, que nada aporta sino decrepitud. Que esa cómoda escena de café bar en la que se ha instalado carece de interés, y que su último disco es soporífero. Con Dylan no hay consenso posible, nunca lo hubo. Siempre hay alguien que le llama Judas, como en 1966 en Manchester. Pero Dylan, sin traicionar a sus fieles, sin traicionarse de ese modo también a sí mismo, no sería quien es. Desde sus inicios eligió ese camino en que no se siente obligado por lo que los demás esperan de él y su música se libera de la aburrida fidelidad a lo creado el día anterior. Dylan pasa página siempre. Sus canciones a las once de la noche son otras distintas a como eran a las seis de la tarde. Ayer no existe. Sin ese poderoso instinto que le empuja a no respetar ataduras su obra no existiría, nunca habría visto la luz “Blonde on Blonde”, no habría alumbrado discos sorprendentes y desconcertantes tantas veces, admirados algunos en su tiempo y otros denostados para brillar décadas después. Diríase que a cada paso que da Dylan aumenta la cifra de descontentos, de quienes se borran o anotan otra decepción más en su cuenta personal. Dylan, en esta gira, la primera en mucho tiempo que tiene nombre propio, “Rough and Rowdy Ways Tour”, no ha hecho amigos, ha desencantado a muchos, y sin embargo nos ha llenado de felicidad a otros que, sumados de uno en uno, somos legión.

“Rough and Rowdy Ways” es, pues, el centro sobre el que gravita cada concierto. Un álbum extraordinario, no apto para todos los públicos, en el que se adivina un epitafio y una reflexión personal que abarca una vida entera. Canciones crepusculares en las que nos invita a entrar por una puerta estrecha tras la que se abre un territorio sin confines. Escucharle en la noche todavía primaveral de Alicante cuando canta “I Contain Multitudes” es perderse en el infinito, en las visiones de quien ha caminado todos los caminos. Resultaba difícil aventurar que canciones tan recientes y con un espacio musical tan definido pudieran transformarse en un escenario, pero sabíamos que también eso sucedería, y sucedió. Los cambios hacían emerger paisajes diferentes, a veces de modo tan sutil que solo lo sentías cuando la canción terminaba y buscabas la complicidad callada de quien estaba a tu lado en ese momento mágico, tal vez irrepetible. “False Prophet” alzaba el vuelo en la voz traviesa del Dylan octogenario y se alejaba de los surcos de vinilo que la contienen en nuestras casas, y “Crossing the Rubicon” trascendía su mensaje y viajaba en el sonido de media docena de músicos guiados por fuerzas misteriosas.

Dylan, en esta gira, ha abandonado su posición esquinada, ha sustituido la irrelevancia del órgano en el que durante años se apoyaba, y erigido en el centro indisimulado de su propio universo se levanta desde el piano, establece su verdad. Algo, no poco, ha cambiado en los últimos tiempos. Aquella voz ronca que buscaba refugio en la oscuridad del recitado es solo un recuerdo. Dylan recita cuando quiere, y cuando quiere canta, se apropia de la melodía, recupera los fraseos. Se divierte, se le ve feliz. Habla con nosotros, no mucho, suficiente, no hemos venido a que nos cuente otras cosas que las que cuentan sus canciones. Las que él quiere cantar. No está para complacer a quienes quieren escuchar una vez más “Like a Rolling Stone”, convertirle en una marioneta de ventrílocuo. Dylan siempre manda. Él tiene el poder y la gloria y un repertorio inabarcable en el que ninguna canción tiene el privilegio de ser imprescindible. Fue un lujo verle regresar a “Most Likely You Go Your Way (And I’ll Go Mine)”, saltarina y vigorosa en una noche que se presentaba a priori con tintes melancólicos; reescribir “I’ll Be Your Baby Tonight”, llevándola de la dulzura del piano al frenesí de las guitarras; revisitar “Gotta Serve Somebody”, piedra miliar de una trilogía, la cristiana, con la que en la década de los ochenta traicionó a ese numeroso grupo de fieles inmovilistas, incapaces de darse cuenta de que los tiempos estaban cambiando de nuevo. Tanto han cambiado ya, que escuchar “To Be Alone with You” en la plaza de toros fue sentir la herida de los años, la cicatriz suave, un paréntesis antes de encontrar de nuevo el presente en “Key West (Philosopher Pirate)” y en su cadencia hipnótica el lugar donde la inmortalidad es posible. La inmersión inesperada en el cancionero de Van Morrison, “Into the Mystic”, momento de comunión con los dioses, atisbo de Caledonia en la voz de Dylan, fue un arrebato místico que resurgió en el cierre de la velada, la misteriosa “Every Grain of Sand”, en la que el universo se encierra en cada verso.

Bob Dylan, urgido siempre a borrar sus huellas del mismo modo que el viento las barre en la arena, desdeñando caminos que él mismo ha señalado, hace de la traición a sí mismo la única manera posible de seguir vivo, renovado en cada canción y en cada noche, mientras busca todavía hoy el momento en que creará su obra maestra, la definitiva. Quizá por eso en los últimos años no suele faltar “When I Paint My Masterpiece”. Por eso tal vez sonó tan viva, tan llena de color y de fuerza, como nunca antes se la habíamos escuchado. I opened my heart to the world and the world came in. Son versos de “False Prophet”. El tiempo dirá quién tenía razón, quién quedó atrás. Él, impasible, sigue su camino y no le importa si ya no es el tuyo. En la arena de las plazas de toros, en los auditorios, en los jardines. No le verás en los estadios. Lo suyo es arte, es vida.

 (Crónica inicialmente publicada en Dirty Rock Magazine)