Hacía ocho años que no salía de gira. La última vez
fue con The Band, en 1966, y acabó harto. Ellos también, de hecho Levon Helm
rehusó participar después de lo sucedido en los primeros conciertos. Demasiada
presión, expectativas, controversia. En Forest Hills, Nueva York, hubo intentos
de invadir el escenario. En el Free Trade Hall de Manchester le llamaron Judas
a voz en grito. De repente, un accidente de moto, el accidente. Se cancelaron
sesenta conciertos programados y Bob Dylan desapareció de la faz de la Tierra,
recluido en Woodstock. Casi una década más tarde, tras llevar una vida familiar
apartado de los focos, y con un bagaje escaso de cinco álbumes irregulares e
incomprendidos y desencuentros con Columbia Records, su compañía discográfica
de siempre, Dylan se deja convencer por Robbie Robertson, su fiel guitarrista,
escudero y amigo, para emprender una nueva gira con The Band. Los dos viven en
Malibú y allí ha conocido a David Geffen, que le ofrece firmar contrato con su
discográfica, Asylum. El pacto incluye un disco de estudio y otro en directo.
En 1974, el año en que cumplirá 33, Bob Dylan cierra una etapa y sale de nuevo
a la carretera. Quiere comprobar qué es lo que queda del pasado, de la relación
con su público, ese monstruo de incontables cabezas que compra sus discos y las
entradas de los conciertos y cree saberlo todo sobre él y se arroga el derecho
a exigirle que sea como ellos quieren que sea. Será mes y medio viajando por
los Estados Unidos y Canadá, en grandes recintos con potentes equipos de
sonido. Nunca se ha visto algo igual. Quedó atrás aquella época arcaica en la
que The Beatles tocaban en campos de béisbol y el sonido se amplificaba a
través de los altavoces de las gradas.
Pero Dylan recela. No sabe qué se va a encontrar. En
ese estado de las cosas su respuesta es, una vez más, imprevisible: en el
primer concierto, el 3 de enero en Chicago, abre el recital con “Hero Blues”, una
vieja canción de sus tiempos primerizos de cantante folk, que nunca grabó para
un disco y que lejos de interpretarla como entonces, con la sola compañía de su
guitarra y su armónica, la presenta con la banda al completo. Por si fuera
poco, altera la letra. Solo alguien tan osado como él puede proponer semejante
reencuentro con su público después de tan larga ausencia. No uno de sus éxitos,
no una canción medianamente conocida, no lo que la gente espera escuchar. Los
pocos que la conocieran se enfrentarían además a una versión diferente. Dylan,
en constante reinvención, vuelve al pasado para reescribirlo. Reformula las
canciones. En “Lay Lady Lay” ha abandonado la modulación country de su voz.
“All Along the Watchtower” se presenta con el arreglo de Jimi Hendrix, deja de
ser la canción que era antes de que el zurdo de Seattle se hiciera con ella.
“Song to Woody” se revela con una nueva calidez, expresa a la vez intimidad y
gratitud. El recitado de “It’s Alright Ma (I’m Only Bleeding)” es más melódico,
menos vigoroso, y en “Most Likely You Go Your Way (And I’ll Go Mine)” el fraseo
se convierte casi en un relajado recitar. “The Lonesome Death of Hattie
Carroll” es otra distinta a la que grabó en su día, y “It Ain’t Me, Babe”
también, pero esto es habitual, siempre la canta diferente. Solo “Leopard-Skin
Pill-Box Hat” parece mantener una conexión segura con el pasado, con la gira
británica de 1966, porque “Like A Rolling Stone” tampoco es la misma, va
cogiendo vuelo hacia otros cielos. Están también las nuevas canciones. El disco
“Planet Waves”, que ha grabado con The Band, debía estar ya en la calle, pero
cambios de última hora en el título (debía haberse llamado “Ceremonies of the
Horsemen”) han retrasado su publicación, que tardará todavía dos semanas. Dylan
elige cuatro canciones del disco para la primera noche. Se supone que lo está
presentando, pero una de las escogidas, “Nobody ‘Cept You” no está en él, es un
descarte. Genio y figura, lo ofrece en una
versión desnuda, en solitario, que nada tiene que ver con la grabada con The
Band. Las otras tres son “Tough Mama”, “Forever Young” y “Something There Is
About You”.
La segunda estación es Filadelfia y “Hero Blues”
desaparece de escena. La apuesta, en la sesión de tarde del primer día, es
igualmente arriesgada, “Ballad of Hollis Brown”, una canción áspera y dura, lo
más opuesto a una celebración del reencuentro con su público. A cambio ofrece,
excepcionalmente y por una sola vez en la gira, una versión deliciosa de “To
Ramona”. Estamos muy al principio todavía, Dylan sigue ajustando la lista de
canciones y “Just Like Tom Thumb Blues” llega para quedarse. El modo de encarar
la parte vocal también es incierto, hay momentos en los que canta sin brillo y
otros, como “Like A Rolling Stone”, en los que es el rey del fraseo. Se va
sintiendo cómodo para experimentar, para variar cada noche la selección de
canciones y el modo de cantarlas. En Toronto, el quinto día de la gira, el tono
es enérgico en “Lay Lady Lay”, “Ballad of A Thin Man” e incluso en “Just Like a
Woman”; acelerado en “It’s Alright Ma (I’m Only Bleeding)”; intenso en “Wedding
Song”, otra de las canciones nuevas. Su voz se rasga en “Girl of the North
Country”, grita en “Like A Rolling Stone”. Al día siguiente, en Montreal, abre
con una versión desenfadada de “Most Likely You Go Your Way (And I’ll Go
Mine)”, la canción que estaba utilizando como bis los tres días anteriores, y
le parece gracioso cerrar el concierto también con ella, aunque, no hace falta
decirlo, no es exactamente igual. Lo seguirá haciendo durante muchos otros
días, y entre medio habrá ocasión para cualquier cosa. El noveno día, en Largo,
Maryland, es la única oportunidad para escuchar “One Too Many Mornings”, y el
precio de la entrada lo valía, solo por ser testigos de esa versión, mágica
como pocas versiones de una canción siempre mágica. El día siguiente, en
Charlotte, Richard Manuel toca el piano en “Like A Rolling Stone” como si fuera
el pianista de una fiesta infantil. Se nota que se divierten. También lo hace
Robbie Robertson en Houston, el 26 de enero, en un picante duelo de guitarras
en “Ballad of Hollis Brown”.
Pero Bob Dylan no disfruta. Hace tiempo que ha dejado
de hacerlo. Se ve a sí mismo representando un papel, el que quiere su público,
y en su esfuerzo por romper esa imagen, por engañarles y ser otro, fracasa una
y otra vez, ve que cualquier cosa que haga genera ovaciones, que su público
está entregado. Aplauden en Nueva York cuando escuchan el final de “Just Like
Tom Thumb’s Blues” (I'm going back to New York City, I do believe I've had
enough). Aplauden en cualquier ciudad cuando en “It’s Alright Ma (I’m Only
Bleeding)” narra cómo el Presidente de los Estados Unidos también a veces está
desnudo (But even the president of the United States /Sometimes must have to stand naked). Aplauden, aplauden, y enarbolan los
mecheros encendidos, como hicieron algunos en Woodstock años atrás cuando le
tocó cantar a Melanie. Ahora son estadios enteros llenos de lucecitas. A
cualquier otro le produciría satisfacción, pero a él le incomoda. Quiere
terminar la gira y cada vez la música es más acelerada, fuerza sus cuerdas
vocales y las pone al límite, la banda se lanza cuesta abajo en los últimos
conciertos. La señal definitiva parece estar en la inclusión de “Highway 61
Revisited” en el segundo concierto del Madison Square Garden. En Nueva York el
torrente de energía se hace ya imparable y The Band es una locomotora. Cuando
llega a Inglewood, California, Dylan está dispuesto a todo en los últimos
asaltos, como ya sabíamos desde que ese mismo año publicó parte de esos dos
conciertos en el álbum doble “Before The Flood”.
Bob Dylan, siempre haciendo las cosas a su manera, es
incapaz de seguir un camino sin salirse de él. Los 27 discos de esta caja son
la muestra, una de muchas a lo largo de su carrera. El principio de la gira y
el final no están separados solo por seis semanas, sino por constantes
transformaciones. El espíritu de las canciones cambia tanto como su música. Si
tomamos “Just Like Tom Thumb’s Blues”, el 6 de enero en Filadelfia está
atravesada por el viento folk de sus discos de los primeros años 60; el día 11
es una canción que viene de otro mundo, subida en líneas de bajo de Rick Danko
de las que es imposible desengancharse; en su versión del 21 de enero en
Atlanta es una canción gamberra que parece emerger de una fiesta a altas horas
de la noche; la del día siguiente luce un ambiente coral, participativo; cuatro
días después en Houston es evocadora y fronteriza en el pase de la tarde, y en
el de la noche tiene aroma de honky-tonk, de piano saltarín, de fiesta que
acaba de comenzar. “Mr. Tambourine Man”, cantada en solitario en Filadelfia, se
electrifica el último día y acoge el acompañamiento de acordeón de Garth
Hudson. “Blowin’ in the Wind” oscila entre las presentaciones en solitario de
Montreal y las desenfrenadas del último tramo de la gira. Por detalles como
esos vale la pena tener a mano este cofre del tesoro. En estos 27 registros
históricos se tiene la oportunidad de disfrutar excepcionales apariciones de canciones
como “As I Went Out One Morning”, que salvo aquella noche en Toronto nunca más
ha cantado en público; o de la variedad de versiones de las canciones más o
menos repetidas, como “Forever Young”, que en un mismo día, en Houston, y
dependiendo de que la cante por la tarde o por la noche puede ser vital,
colorista y conversacional, o directa y admonitoria; y en definitiva de asistir
en toda su extensión al momento en que Bob Dylan volvió de su voluntario exilio
y se inventó una vez más a sí mismo, solo para mirarse al espejo al acabar y
decidir que todo el esfuerzo de esos dos meses del invierno de 1974 no le había
llevado a dónde quería, y que necesitaba explorar otros caminos. Pero eso ya es
otra historia.